miércoles, 7 de mayo de 2008

El joven rico ( ¿ rico de Dios? )


(Mt 19.16-30; Le 18.18-30)
17 Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas
delante de él y le preguntó:
-Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? 18 Jesús le contestó:
-¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. 19 Ya sabes los mandamientos: 'No mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas en perjuicio de nadie ni engañes, y honra a tu padre y a tu madre.'
20 El hombre le dijo:
-Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven. 21 Jesús le miró con afecto y le contestó:
-Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás
riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme.
22 El hombre se afligió al oír esto; se fue triste, porque era muy rico. 23 Jesús entonces miró alrededor y dijo a sus discípulos:
-¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!



Me ha sabido mal lo del joven de esta mañana, el que ha venido a primera hora y me ha pedido poder seguirme. Realmente me sabe mal. Tenía de todo y carecía todo. No ha tenido ningún problema al presentar su vida, su expediente como la cosa más bella y más perfecta. Conocedor y buen cumplidor de los mandamientos, correcto y recto en su conducta, buen gestionador de todo aquello que le ha llegado de sus padres y, por lo tanto, del Dios que bendice a los justos con riquezas y aciertos, motivado y animado por mi mensaje y aquello que sabía de mí, valiente para venir a proponerme el hacerse discípulo mío. Y, con todo, un punto de debilidad, de excesiva confianza, de seguridad mentirosa. Desconocía mis convicciones más profundas y, cuando le he propuesto lo de: Ve, vende todo el que tienes y repártelo con los más pobres, se ha quedado clavado. Como si se le hubiera roto la imagen que tenía de mí mismo, como si la idea de seguirme con que llegaba no se correspondiera para nada con lo que veía y escuchaba en aquel momento. Dalo todo a los pobres, ven y sígueme. Si antes él me veía como un Dios a quien servir a partir de los bienes recibidos y adquiridos, ahora se encontraba contradicho por este Dios que nada quería sino a él mismo. He de imaginar que esto le suponía abandonar su idea primitiva de Dios para encontrarse con otro rostro divino, un casi Dios del desprendimiento y la generosidad, de la confianza ilimitada, de la solidaridad incondicional. Nada que ver con el que había seguido y conocido hasta entonces con tanto éxito. Me parece que ahora me explico su infinita tristeza en los ojos. Ahora podréis entender mi tristeza, también. Pienso que ofrezco la verdad, la claridad, la humanidad, la felicidad y no acierto en la forma y el fondo. Esto de los pobres toca a fondo y es desde el fondo que hace falta replantearse la vida. Y es tan fácil acogerse a la poca o la mucha seguridad que dan los bienes, los reconocimientos, los saberes, ... Y la conversión empieza por aquí. No es una cuestión de estética tan sólo; es una cuestión de ética, de fraternidad, de barro, de esencia, de revolución. Ojala se hubiera sentido perdonado por sus opciones religiosas engañosas. Pero no ha sabido ver la riqueza de la propuesta. El Dios de los pequeños, de los humillados, de los excluidos, le perdonaba su inconsciencia y superficialidad, le ofrecía un nuevo mundo y una nueva tierra. La vida auténtica, el rescoldo de verdad, la compañía de los liberados y Iiberadores. Me sabe mal por él y me sabe mal por mí. ¿Cómo me lo perdonaré?

(Jesús de Nazaret).
Gracias por el correo Albert, siempre aciertas

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