
Pero todo este divagar acerca de lo que rodea a un particular misterio que ronda sin cesar en mi cabeza no llega a buen término. No consigo jamás, por más que me esfuerzo en acecharlo desde diferentes perspectivas, darlo por concluído con una solución satisfactoria. Y es que disculpenme señores y señoras fumadores y fumadoras, pero no entiendo como tantos de ustedes se comportan de manera tan sumamente egoísta cuando de saciar sus ennviciadas ansias se trata. Me es inevitable enfurecer e incluso llevada por la ira pronunciar palabras no del todo correctas, cuando delante de un blanco e impoluto cartel que reza: PROHIBIDO FUMAR, resulta que de amén, nada. El placer de saber que se vela por los derechos a una vida saludable por la que libremente he optado, queda difuminada por el humo cancerígeno de ese consumidor que libremente ha optado por encender su cigarro en el lugar inadecuado.
Y es que la droga, concretamente hoy me toca hablar del tabaco, anula a la persona y la lleva a actitudes que van en contra de toda educación para una vida en sociedad. Individualiza a la persona y como muy bien queda representado en esta imagen, la transforma en una mera marioneta movida por hilos.
No, no me explico cómo proclamamos a voz en grito nuestro derecho a ser libres y no nos armamos de valor para darle el tijeretazo definitivo a esos hilos que nos atan y nos hacen tan esclavos.
Señores y señoras fumadores y fumadoras, encended el cigarro cuando salgáis del portal ( eso significa también más tarde de entrar en el ascensor), que son solo unos segundos de desesperante espera, por favor.
Gracias.
